El necesario despertar de la iglesia evangélica en Colombia
En Colombia hemos vivido desde sus inicios en una guerra de poder, desde todos los estamentos de la sociedad, un juego que ha cobrado cientos de miles de victimas que para la mayoría es mejor tenerlas al olvido, quizás porque así es mas fácil no detenerse a pesar si la omisión de los que nos decimos “buenos” tiene algo o mucho que ver.
La Iglesia en Colombia se ha tomado largo tiempo en oración por el país, algunos con mayor acción, ha tomado dentro de sus banderas a la obra social, como el ejercicio de un Cristo vivo en el día a día de una iglesia que duerme. Pese a ellos, hemos notado que en nuestro país la iglesia evangélica no solo ha sido un ente pasivo frente a la injusticia social y la violencia, sino que también argumentada bajo las ideas de la sujeción y la obediencia a la autoridad, se han proclamado públicamente un apoyo a presidentes como Álvaro Uribe Vélez, con una política que esta respondiendo a la idea de que por medios violentos la paz es posible, no importa los medios, cuántas victimas, desplazamiento o soldados sacrificados, lo importante es el fin: un nuevo país -esas arengas también las tuvo Hithler- también elegido democráticamente en Alemania.
Esta serie de ideas casi mesiánicas de nuestro presidente han sido apoyadas por múltiples iglesias evangélicas del país, quizás la mayoría, con la idea de que debemos sujetarnos ya que Dios pone y quita reyes, lo cual creo cierto. Como también creo cierto que el evangelio del amor de Cristo, queda sepultado bajo las interpretaciones tan humanas de hombres y mujeres “de” Dios que huyendo de su responsabilidad dejan a lo político y los grupos de poder, la tarea que Jesús nos encomendó, de traer el reino de Dios a la tierra: un reino de amor y misericordia para con el prójimo.
Si la seguridad democrática es lo que apoyamos, entonces dejemos al olvido las palabras de Jesús, no pongamos la otra mejilla, sino mayor cantidad de policías y armas, invirtamos la mayoría del presupuesto nacional en balas que matan a otros, que no son nuestras familias, aunque Jesús los llamase hermanos, apoyemos a hombres que engañan y llegan al poder por la intimidación de las tierra campesinas, que han llenado departamentos enteros con hombres, mujeres y niños, como cuerpos que producen abono, asesinados a tiros de gracia, falsos positivos o quizás con sierra; porque es mas fácil decir, que esto son casos aislados, que escuchar la voz de las familias que hoy sufren los flagelos de la guerra. Hoy vemos los resultados de Irak, una guerra sin sentido, por la decisión de un hombre “bueno, blanco y Cristiano” ¿las masacres, las amputaciones, la miseria y el dolor no son suficiente muestra de lo inútil de la guerra?, de lo cruel que es hablar de operaciones militares con costos de millones de dólares y con nuestros niños en el Chocó, Cartagena, y las afueras de ciudades como Bogotá, Cali o Medellín, sacando comida de la basura, comiendo podredumbre, sin un techo o un hogar?. Pasamos y pedimos en oración por ellos, para que Dios tenga misericordia, olvidándonos que nosotros, su iglesia, somos sus manos, somos sus brazos, somos la luz del mundo. Es fácil hablar de guerra cuando vivimos en la comodidad de la ciudad, cuando el secuestro es una voz lejana a nuestro hogar, cuando la indiferencia que tanto desprecio Jesús, sea nuestra mayor bandera. Es más fácil seguir ayunando y no mirando la realidad de un país como el nuestro desangrado, en una guerra política y social de desigualdad y dolor.
Jesús pago un alto precio para salvar la humanidad, para darnos una oportunidad de paz para Colombia, pero de ¿que sirve el precio en las manos del necio para alcanzar sabiduría sino tiene siquiera entendimiento?